Para ubicarnos, en primer lugar, se trata del siglo XIX,
como la mayoría de las historias de este libro. En segundo lugar, se menciona
un nombre: Arthur Orton. Hijo de un
carnicero, que su infancia conoció la miseria insípida de los barrios bajos de
Londres y que sintió el llamado del mar. Dice Borges, como consecuencia,
Orton huyó por el mar hasta llegar al puerto de Valparaíso. Lógicamente, hubiera podido (y debido)
morirse de hambre, pero su confusa jovialidad, su permanente sonrisa y su
mansedumbre infinita le conciliaron el favor de cierta familia de Castro, cuyo
nombre adoptó.
Ahora, la historia trata de una viaje de Tom Casto hacia
Europa, con un negro llamado Bogle, y un con un inglés llamado Charles
Tichborne. El problema es el siguiente, el inglés fallece en el viaje, pero
Castro escribe una carta a la madre del inglés luego que se anunciara su
muerte, en esta carta desmiente su muerte, y afirma estar vivo.
Pasaron diez años, y Castro se hace pasara por el inglés
ante la madre, ella le cree, y muere en 1870. Los herederos y Castro luchan por
la herencia, pero un juicio para revelar al impostor, lo declara culpable, y
cumple sus años de servicios.
Lo importante en esta historia, es esa conjetura de Sudamérica,
Europa y Oceanía. Una conjetura de tres mundos distintos, pero con mares
parecidos, con gente parecida, esas ganas por ir por el mar, esas ganas por
huir en un barco y sentir la brisa. Esas mismas ganas convirtieron a Tom Castro
en un impostor, y murió, dice Borges, murió, pero antes, al salir de sus años
de servicios en la cárcel, anduvo en las calles diciendo que él era Charles
Tichborne. Como si fuera el artista del hambre de Kafka. Al final, murió. Y,
esta es la historia segunda del libro Historia universal de la infamia. Un texto que se disfruta por esa furia
marítima, con leerlo da ganas de ir al mar, tomar un barco y navegar por las
aguas del pacífico o del atlántico. Dan ganas de todo, de libertad y sueños.
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